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martes, 13 de septiembre de 2011

Hormigas



Estoy atado mientras estoy sentado



Este cuarto es muy pequeño



Para contener lo que yo dentro de mí llevo



Me cosen los ojos, me cosen la boca



No quieren que hable, no quieren que vea



Mis ojos cerrados, mi boca cerrada



Mi cuerpo encerrado por una ropa de fuerza



Quiero poder escapar



Pero si esto hago



El mundo entero de mi miedo tendrá



Pues no soy normal



No soy una persona común



Logro poco a poco abrir mi boca



Se rompe este cordón



El sabor de sangre en mi boca



Es lo primero que bebo en varios días



Nadie me visita



Se rompe otro cordón



El sabor de sangre en mi boca



Poco a poco se rompen mis labios



Mis labios secos que nadie apreciaría



Se rompe otro cordón



Que delicia es el sabor a sangre



Solo faltan cinco



Para poder abrir mi boca



Se rompe otro cordón



Sangre entra a mi boca



Poco a poco los siento caminando



Ese pequeño ejército que saldría por mi boca



Rompo otro más



Y bebo mi sangre



Que ricura



Que delicia



Otro cordón roto



El color rojo cubre mi cuerpo



Siento sus pequeñas patitas



Ya quieren salir



Rompo el resto



Y salen desesperadas



Las hormigas comienzan a comerme vivo



Una vez abro mis ojos



Sangre cubre el resto de mi cuerpo



Que delicia es ver



Que delicia es beber



Que delicia es comer



Que delicia es morir



Ante el hambre de estas pequeñas criaturas



El asesinato de un perro crea odio en los ojos de una persona



“Ruff, ruff, ruff, ruff”



Dice el perro quien está en el patio



“¡Cállate la boca carajo!”



Dice el dueño del pequeño animal



Sentado en el sofá esta el dueño



Uno barrigón, calvo y asqueroso



“Hoy en las noticias veremos a Pie Grande”



Dice el reportero en la tele



Sentado en su sillón esta el vecino de al lado



“Ruff, ruff, ruff, ruff”



Dice de nuevo el perro



“¡Cállate la fockin boca ya!”



Le dice su dueño, el gordo y barrigón



Silenciado esta
el vecino



“Ruff, ruff, ruff, ruff”



Una vez más dice el perro



“¡Okay tú te lo buscaste!”



El gordo se levanta



Solo se escuchan batasos y el chillido del perrito



El vecino lo escucha claramente



“¡Pa’ que te calle’!”



Dice el gordo gruñón



En el baño esta el vecino



Haciendo sus necesidades mientras analiza la situación



Poco a poco se da una ducha pensando en lo sucedido



Luego se seca,
se peina y se lava los dientes



Busca en su closet la ropa más elegante posible



Es un gabán negro con corbata negra, pantalones negros
y camisa blanca



Vestido elegantemente se pone perfume y decide salir
de la casa



Knock, knock, knock



“¡¿Quién está ahí?!”



Dice el gordo, pero nadie le responde



Una vez más pregunta



“¡¿Quién está ahí?!”



Nadie le responde, se levanta y se dirige a la puerta enojado



Sorprendido es el gordo con una pistola silenciada
puesta en su frente



“¡¿Qué vas hacer con eso?!”



El vecino no dice nada, el gordo se asusta más y más



“¡¿Qué vas hacer?!”



El vecino no se mueve, sus ojos son firmes en su
blanco



Y en menos de un segundo o dos, sangre cubre las
paredes del gordo



A las afueras está sentado el vecino con la pistola en
mano



Sale la vecina Carmen quien se sorprende con lo que ve



Esta llama a la policía



El vecino no se mueve, el sabe lo que le espera



Pero el pobre no pudo soportar tan gran injusticia



Pues el asesinato de un perro crea odio en los ojos de
una persona





lunes, 23 de mayo de 2011

Game Over

By JorgeIván López Martínez

Era mediodía y Tessa la gordita se paseaba por el campus. Vestía de negro, como siempre, para disimular esos rollitos que tan desagradables le resultaban. Inmensas gotas de sudor se deslizaban por todo su cuerpo. La maranta de pelo rizo brillaba por entre los árboles del patio central. “Por ahí va la negra Tessa, moviendo el montón de manteca”. Caminaba Tessa, con los pies mirando hacia los lados, cargando en la espalda su mochila rosada y en las manos el burro de comida, plato cubierto por otro plato, envueltos en plástico. Ojos cubiertos por gigantescas gafas, miraba Tessa de lado a lado, no fuera a venir alguien a robarle el tremendo plato de arroz con salchichas Carmela.

“Qué rico huele eso, Tessa”, le dijo Aníbal en el elevador. Tessa, aun sudorosa, mirándolo despectivamente, le agradeció el piropo. “Gracias, lo hice yo; para mí”.

Fue entonces cuando el elevador se detuvo entre el piso 3 y 4. Aníbal comenzó a reirse silenciosamente, pensando que la culpa era de las libritas en exceso de Tessa. Tessa, asustada, comenzó a gritar. Nadie los escuchaba; era el edificio más solitario de toda la universidad. “Ay Dios, sácame de aquí”, gritaba Tessa, desesperada. Aníbal se recostó de una de las paredes del diminuto elevador.

- Sáquenme de aquí.

- ¡Cállate mija! Nos sacan ya mismo. Tienes que calmarte.

- Cállate tú.

- Mujeres, siempre.

- Mujeres, ¿qué? Mira a ver...

- Perdón, mija.

Entonces dos manos milagrosas y musculosas abrieron las puertas del elevador. Tessa gritó de la alegría mientras Aníbal se tapaba los oídos. Al abrir las puertas se formaron dos pequeñas ranuras: una en la parte superior, en el piso 4, otra en la parte inferior que daba al piso 3. No era suficiente espacio para que alguno de los atrapados pudiera salir, por lo que debían esperar ayuda de los bomberos. “No se preocupen, que vienen ya mismo”, dijo la milagrosa voz, no tan salvadora.
Tessa colocó su mochila y el plato de comida en el piso. Sudaba aún más. Aníbal jugaba con su aparato electrónico. Ambos esperando ayuda. Tessa más desesperada que nunca; Anibal, relax.
Pasaron varios minutos. En el despiste una mano se asomó por la ranura inferior, arrebatándole a Tessa su adorado plato de arroz con salchichas. Fue entonces cuando Aníbal tuvo que taparse los oídos. Los gritos de Tessa alcanzaban una escala ultrasónica.
- ¡Que te calles, puñé!
- Déjame en paz, jodio nene.
Transcurrió el tiempo y aquellos dos solitarios prisioneros permanecían dentro del caluroso elevador. Entonces el silencio predominó en un lapso de tiempo. Se escucharon las sirenas. De un largo camión rojo se bajaron dos bomberos. Fueron directamente a los controles del elevador. Regañaron al técnico pues era ridículamente sencillo hacer que el elevador volviera a operar. Cuando éste volvió a funcionar regularmente, se cerraron las puertas y comenzó a subir al cuarto piso. Un grupo de estudiantes estaban aglutinados esperando la venida gloriosa de Tessa y Aníbal. Ting. Victoriosamente, se abrieron las puertas. Salió Tessa sonriente, labial puesto y pelo aún más rebelde. A sus espaldas quedaron un par de tenis, una camisa rota sobre mahones, y un aparato electrónico en cuya pantalla se mostraba un pajarito gritando GAME OVER.

martes, 17 de mayo de 2011

María Córcega

por Jorge López Martínez

Al son de congas viejas tiritando en cada golpe por callos de hombres llegando a la ancianidad, bailaba María Córcega, meneando sus falsos atributos. Tenso su miembro bajo lentejuelas doradas entre los muslos fibrosos de quien alguna vez fue un hombre deseado, agitaba las caderas angostas encarnadas por una piel de fina feminidad, sublime, profunda, pero artificial. Tenía las carnes duras como las de una fiera salvaje y la mirada hambrienta de machos bestiales que devoraran su deseo al galope veloz de la bestia más radical. Criatura promiscua llena de fantasías a ser cumplidas en la cama y en otros sinfines de la tierra.
Alguna vez su nombre fue Rolando, nombre que decidió darle a su cabaret, El Rolando. El sitio era muy concurrido por personas de todas la clases sociales: hombres miserables que buscaban satisfacerse con la vista y ejecutivos de alta aristocracia, que buscaban en la calle lo que no conseguirían jamás en su hogar. Todos tenían algo en común, buscaban a María Córcega, a nadie más; un hombre con ademanes de mujer, una mujer con atributos de hombre. Experta en la cazería de machos cabríos en busca de desbocarse en los lechos de la pasión.
El Rolando tenía una habitación en el cuarto piso, la habitación de María Córcega. Todas las noches, un privilegiado hipnotizado por los movimientos de María subía a la recámara, cubierta de velvet rojizo intenso, cortinas negras, sábana blanca en una cama de pilares inmensa y espaciosa donde se revolcaban los cuerpos sudados noche tras noche. Era conocido que quien subía a la recámara no bajaría, pues el deseo era tan grande que se convertía en adicción.
Esa noche fue el turno de un marinero, vestido en ropajes de pirata, con botas de cuero falso y la camisa desabotonada, dejando ver su velludo pecho. Tenía el pelo largo, recogido en una masculina cola de caballo. Su cara era ancha y huesuda, sus cejas pobladas sobre ojos oscuros como el mar a medianoche, y emanaba un olor desagradablemente exquisito, como a hombre silvestre. María lo tomó de la mano y subió con el hombre a su habitación. No tardó en rasgar su camisa y tirarlo sobre la cama. Aún con botas puestas expuso su armamento. María escuchaba gemidos intensos mientras trabajaba el cuerpo de aquel hombre, con sus delicadas uñas arañaba sutilmente su costado y con habilidades mágicas logró extasiarlo. Era dueña y señora de aquel cuerpo. Se arrastraba sobre él como acechadora serpiente, calentando sus pieles y durmiendo a la presa.
El hombre comenzó a subirle el elaborado traje. Su mano subía sutilmente de la rodilla al muslo, y luego a la entrepierna. Tan pronto tocó al invitado inesperado, María pronunció las palabras que siempre se guardó: “Rolandito no quiere más”. Y el hombre perdió el conocimiento.
Horas después, atacado por los rayos de sol, despertó el hombre amarrado a los cuatro pilares de la cama. En el techo, clavado con un tenedor, se encontraba su orgullo, su querido amigo, el padre de Rolando.

“Todos cometemos errores en la vida. A veces pasan desapercibidos, a veces los pagamos con dinero, otras con sangre. Pedimos perdón mil veces como si eso cambiara las cosas, pero del otro lado hay gente que nunca olvida. A veces los errores son partes de una cadena y aunque queremos romperla, la costumbre es más poderosa que nuestra conciencia.
Desde pequeño mi padre me decía que tenía que ser un hombre “hecho y derecho”. Éramos personas de campo. Trabajábamos todo el día cortando caña y llegábamos tarde en la noche. Mi madre nos esperaba con la comidita caliente, nos obligaba a quitarnos la ropa para meterla en el baño a “remojar”; en calzoncillos comíamos en pleno comedor. Luego, nos bañábamos con el agua de río que mi madre había traído en un balde de metal. Nos metíamos bajo la casa de madera, mi padre y yo, para mojarnos con la misma agua y lavarnos con el mismo jabón. Así nos mantuvimos por muchos años, hasta que mi padre aceptó un trabajo en Nueva York, como tomatero. Nos mudamos y me llevó consigo a su trabajo. Todos éramos de descendencia latina: mejicanos, guatemaltecos, hondureños, costaricenses y nosotros, puertorriqueños; la mayoría de ellos, indocumentados. Trabajábamos doce horas corridas. Creamos la misma rutina que teníamos en Puerto Rico. Llegábamos y como era costumbre, mi madre nos esperaba con dos platos de “ñame sancochao”, acompañados del tomate que nos regalaban diariamente.
Llegamos un día en la tarde, casi en la noche, y mi madre había sido asesinada y colgada del techo de nuestro pequeño efficiency. Recuerdo la cara de tristeza de mi padre. No teníanos dinero para enterrarla propiamente, así que esa misma noche la cortamos por la midad, y en un saco la llevamos al campo de tomates para enterrarla en la parte más alejada de los cultivos. No podía parar de llorar. Mi padre me pegó, me dijo que llorar era de mujeres en cinta y me obligó a ayudarlo a excavar. Regresamos a casa y prometimos olvidar lo sucedido. Continuamos trabajando en el campo de tomates.
Un día como cualquiera otro, luego de trabajar y llegar del trabajo, mi padre se acercó a mí. Me dijo: “Oye hijo, tu sabes que los hombres tenemos necesidades. Me tengo que conseguir a una mujer, pero trabajando tanto no creo que tenga tiempo. Quiero que me ayudes.” Me besó, me volteó y me utilizó para su placer. No podía resistirme, pues era mi padre. Al terminar me dijo que “mañana sería mi turno”. Así fue. Prometimos callarlo, jamás pronunciarlo a nuestros compañeros de trabajo. Era nuestro secreto, así como fue un secreto las veces que hice lo mismo con mi hijo Rolando.”

lunes, 16 de mayo de 2011

Cuidaíto papi, yo soy macho

- Fue él.

-¿Quién?

- El de la gorra.

- Ah. Acompáñame. Vamos a limpiar a ese hijuela.

- Chico, yo estoy engrilletao' todavía.

- Eso no es na', cabrón. Tu sabes que yo te cubro.

- No cabrón, vete tú.

- Tú eres bien pendejo, maricón.

- Pendejo vas a ser tú, si te cogen.

- No me van a coger un carajo. A ti es que te van a coger y te van a dar hasta por feo. Vengo ahora.

(Pla, pla. Y no es Cosculluela.)

- Cabrón, lo jodimos bien cabrón. Ya quítate la pendejá esa del tobillo. Tengo tres gatas en casa que están buscando que le den pa' bajo bien cabrón. O no se, como tu quieras. No tenemos que ir pa allá. Este...

-¿No, cabron, y pa' onde vamos? Te voy a dar pa' bajo a ti, no jod...

(Pla, pla.)

- Cabrón, no jodas. Tu y yo siempre... Ya que carajo.

(Pla)

jueves, 5 de mayo de 2011

A paso de tortuga (ed 1.3)

Por Alberto Pagán

Ella diría que parece una tortuga. Siempre, no importa la forma de la nube, si no poseía semblanzas más obvias la comparaba con una tortuga. Una tortuga de frente, con la cola saliéndole por el lado. Una tortuga de perfil. Una tortuga de cerca. Siempre con sus tortugas, que lo menos que a mí me recuerdan son a nubes. Y por este cielo grisáceo, ¿qué tortuga pasaría? Si puede estar en el cielo, puede hacer lo que sea, seguramente. Podría irse a otro pedazo de cielo, uno más placentero. Pero me alegro que esté flotando sobre mí, aunque sea de pasada, la tortuga, o lo que sea.
Y después de todo me encuentro aquí, no sé donde exactamente, pero estoy aquí sin ella. Solo me acompaña Sánchez, y el no hace nada. Ni siquiera está hablando, y antenoche no se callaba la boca. Hacía frío y nos estábamos dividiendo una botella de vodka que recogimos en la taberna. Nos calentamos, pero el se puso a hablar más y yo me puse más belicoso. Nos dimos par de empujones y terminamos rodando por la acera, tirándonos puñetazos lo mejor que podíamos, a veces pegándole al cemento. Me rompió la nariz y la acera le rompió los nudillos. Yo, pues no soy el mejor peleando, pero le di dos o tres. Y ahora está aquí haciendo nada. Si en vez de Sánchez estuviera ella. Ella que tan ridículo me ponía. Nunca me hubiera puesto a mirar las nubes solo por mirarlas. Acá abajo hay mejores cosas que ver. Así la encontré a ella. Si hubiera estado mirando nubes quizás me hubiese pasado de largo, y nada sería igual.
La boca me sabe a café. Me sabe a uno en particular, pero no al de mi madre. Y aunque desconozco dónde estoy, dudo que estén colando café. Quizás Sánchez lo derramó en su pantalón o algo antes de sentarse al lado mío. Quizás por eso está atónito el idiota. Mi madre no hacía una buena taza de café. No porque no pudiera hacerlo, sino por falta de empeño. A veces el empeño da más resultado que la acción misma, como un simple roce de brazos, o el tocarle la mano a ella. Levantar el dedo del corazón levemente, temblando un poco, para alcanzar su meñique. Sus manos eran un refugio para las mías. Me refugiaban de las ansias de no poder sentirla cerca. Mi padre, en cambio, hacía un café exquisito. Su poca expresividad era solo un regulador a su fervor. En sus escasas palabras siempre había conocimientos cicatrizados, y en sus muchas acciones siempre entusiasmo. Cuando colaba el café la casa entera se lo disfrutaba. El aroma levantaba muertos o mataba vivos. Lograba entrar por alguno de los agujeros en mi cara y salir por el otro. Ahora mismo la boca me sabe a café. El café de mi padre, que sabía de tan solo ser olido.
Oigo petardos a lo lejos, quizás los niños están celebrando. Quizás encontraron la ristra en algún lado de la casa y sedujo a alguno de sus dedos a jugarse una ronda de la ruleta rusa. Recuerdo la feria en la bahía. No sé qué celebraban, pero lo que fuese no me importaba. Estaba allí por ella. Porque me estupidizaba. Mis amigos se paseaban por el área fingiendo saber a dónde iban, pero solo divagaban buscando alguna conversación lo suficientemente sencilla como para no sentirse ignorantes. O alguna chica fácil para no sentirse vulnerables. Yo caminaba como muerto. Me encantaba cuando me miraba. Me mataba, pues siendo más bajita que yo, bajaba su cabeza un poco, como si estuviese pidiendo misericordia. La abracé por primera vez, y le besé la oreja, quijada, mejilla y boca. Finalmente Sánchez, a falta de chica, encontró unos niños con quien conversar y unos petardos con los cuales sentirse soberano, y se puso a explotarlos al lado mío, como buscando fastidiarme. Pero no lo registré en el momento. Lo recuerdo ahora por el sonido de los malditos petardos, y por la mirada estúpida de Sánchez, que todavía no hace nada. Y por su ausencia.
Aunque estoy cercado por el eco de los gritos de la gente, solo me alarma la ausencia de su voz. Y ya que estoy sin ella, o al menos no la veo por ahora, recuerdo que la amo. No. Nos amamos. Llegamos a amarnos intensamente. Era una obsesión mutua. Mi sentido común desaparecía ante su presencia, algunas veces paseando por los rincones de mi mente, otras de sabática. Éramos una navaja afilada al cuello del otro. Nos estábamos matando. Nuestra vida individual se desmoronaba en derredor nuestro, y ni nos importaba. No existíamos, excepto para el otro. Y si no la tenía a mi lado desperdiciaba mi vida pensando en ella. Recordando nuestros momentos juntos. Imaginándome finales alternos, los cuales siempre concluían de la misma forma. No me escapaba de ella. No quería hacerlo. En su ausencia, sentía un frío ocupando mis entrañas, como si fuera a convertirme en un cadáver de adentro hacia afuera. Un témpano de hielo. Un estúpido congelado. Y el frío que siento ahora lo contrarresto con su memoria. Con la manera en que su pelo cobraba un aura dorado cuando el sol se escondía tras su cabeza. Con la hermosura de su imperfección. Con las cicatrices en su cuello.
No hay nada más que me caliente. El Sánchez ya me está airando con su inactividad, su parpadeo de idiota y su boca entreabierta. Solo me ahogo en la suavidad de su piel, su calor, su olor, el albergue que me brindaban. Siento calor en mis manos. Cierro mis dedos lentamente buscando encontrarme con los suyos. Siento algo, ¿su mano? Cierro mi puño y su ternura se desmorona en arena. Contemplo el cielo gris. Bajo mi mirada hacia el imbécil de Sánchez, vestido de crema con marrón pálido, y crema, y marrón. Bajo mi mirada más y me percato de que estamos vestidos iguales, excepto por el carmesí en mi vientre, el rosado de mis intestinos. En un instante sentí el olor a pólvora en mi boca, el frío en mis entrañas desnudas, el chasquido de las balas, la arena en mi puño. Sánchez mirándome, con su casco en el suelo, rifle en la falda y su quijada temblando del horror. Susurra, “gra-gra-granada”. Tomo nota mental y vuelvo a lo importante. A su mirada sabor a paz, su olor a flores desnudas. Ya se me aleja, y sonrío. Definitivamente es una tortuga

Ideales

por Enrique Soto Irizarry

Era de noche y estaba yo pelando un guineo para comermelo cuando decidi escribirles la historia. Cuento entonces sobre aquel lunes 10 de septiembre que recalca tanto sobre mi mente. El cielo estaba color rojo manzana, y corria yo biaccicleta de camino a mis aposentos. A mi alrededor solo habian casas, erase un pueblucho pobre y sucio, por donde pasaba todas las tardes y resultaba que ese dia habia fiesta. El camino estaba colmado de gente, habia musica, baile, y alcohol por todos lados. Yo, aborrecio que soy pero muy curioso, estacione mi bici junto a un poste, en el cual lei el papel que anticipaba tal evento como el "Famosisimo dia de don Celso". Los ninos corrian jugando tal vez a esconder, o algo, pero se veian muy felices. Yo caminaba entre la gente y observaba a todo el mundo, estudiaba sus acciones, y por supuesto, buscaba alguna chica con quien pasar el rato, hace tiempo que no tenia diversion ni con aquella. Entre toda la muchedumbre, ya habia encontrado algo, realmente curioso. Nos miramos y comenzamos a correr hasta chocar el uno con el otro. Era una guagua repleta de hombres que comenzaron a disparar y a establecer un perimetro. Igualmente en toda la periferia del pueblo, habian mas guaguas con mas hombres, con mas armas, y todos muy violentos en espera de algo. Yo habia corrido hacia la guagua para detenerla antes de que atropellaran a una ninita que se le habia quizas escapado de los brazos de sus padres y corria entre la gente por la fiesta. Los hombres vestian camisas crema y pantalones marron, botas y curiosamente con antifaces blancos. Gritaban y maltrataban a todo el mundo, yo, disimuladamente, me fui acercando a una calle sin salida, y con la nina entre mis brazos miraba que a lo lejos se acercaba un carro negro, cristales claros como una pecera, y adentro una mujer, mi mujer. Doctora en Artes, escritora de varios libros sobre ideales raros, cosa que yo no leia, parecia que de ella los ideales se habian apoderado, de manera muy negativa, y que de manera muy positiva, habia adquirido muchos seguidores. Todo esto fue mi pensar rapido claro, hasta que se bajo del auto, y desde un helicoptero se desplazaba el hombre, aquel maldito profesor aleman de su universidad. Entonces todo estaba claro, por algo estudiaba tanto la cabrona. El azote de rabia y celo me agobiaba desde adentro, pero sentia algun tipo de necesidad de proteger la nina, que tras los gritos y el apreton que le habia dado al encontrar a mi esposa recien terrorista e infiel en este gran evento. Yo, durante todo esto, tambien pensaba donde estaba la defensa del pueblo, la gran policia maldita? Como no era de imaginarse, habia mucho, pero que mucho dinero envuelto, y la defensa entonces era para ellos, los malditos pro-restructuralismo social. Entonces se comienzan a escuchar tiros, empezo una exterminacion en masa de la gentea fuerza de disparos. Algunas personas se levantaron en contra con machetes, palos de escoba, algunos senores con sus calibre .9mm, pero todos fueron asesinados. Yo ya me encontraba corriendo, huyendo de tal aberracion, con lagrimas en mis ojos de furia y desilucion que me cargaban de adrenalina. La sangre salpicaba por tu cara, los gritos salpicaban por tus oidos aturdiendote y llenandote de desesperacion y desorientandote. Con la nina en mis brazos recorri varias casas, entraba y salia como si estuviera de pasadia, brincaba entre balcones, y no ayudaba a nadie, no habia tiempo para perder. Ya mucha gente se habia muerto, o desplazado a esconderse, y los hombres uniformados entonces se dedicaban a buscar a todo sobreviviente, su plan, no dejar a nadie vivo. Mientras corria, recordaba los besos de ella, sus caricias, los momentos en que le decia que la amaba, y ella, sentada en su escritorio levantaba sus hermosos ojos a mirarme, y me desilucionaba como rapido solo comenzaba a hablarme de sus malditos libros y aquellas cosas, que no sabia que joderian tanto en algun momento. Lloroso, decidi virar. Gritaba su nombre para no levantar sospechas entre los hombres ellos, por alguna razon, no me disparaban. Al ella reconocer que alguien le llamaba, la intriga le hizo buscar, entre los cuerpos, nos encontramos, ella y yo, sus ojos paralizados ante los mios, yo con la mirada entrecortada y arresmillada, los ojos llenos de lagrimas que corrian por mis mejillas como en carrera, y con la nina fuertemente apretada entre mis brazos como si fuera mi hija, le dije: "Angela, esto era lo que tanto me decias y yo por estar envuelto en mis cosas te ignoraba". "Sabes que has hecho?", le pregunte a gritos. Ella me contesto con una voz de enojo: "Si.....te soy infiel desde siempre, en la relacion y en los ideales. Cree lo que tu quieras Santiago, yo se lo que hago. Hago que el mundo me escuche, hago que el mundo me conozca, hago que el mundo se re-estructure socialmente, y para eso necesitan renacer." Entonces le di la espalda, busque la bicicleta y me fui. A ella no le importaba matarme a mi, ya lo habia hecho, pero entonces me pidio la nina, cosa a la que rapido le conteste que no y doble en la esquina. De camino, el cielo estaba negro, y de llegada a mi casa, tome el carro y desapareci de aquel lugar solo con ella, con Victoria, lo unico que me quedaba, y yo lo unico que le quedaba. Para entonces tenia 3 anitos, fue mi razon de salir de ahi y vivir. Han pasado 18 anos de eso. Nunca supe nada de ese pueblo. Solo que sus libros se publicaron y que Victoria estudia literatura y le encanta leer y apasionarse con ideales.........