Era mediodía y Tessa la gordita se paseaba por el campus. Vestía de negro, como siempre, para disimular esos rollitos que tan desagradables le resultaban. Inmensas gotas de sudor se deslizaban por todo su cuerpo. La maranta de pelo rizo brillaba por entre los árboles del patio central. “Por ahí va la negra Tessa, moviendo el montón de manteca”. Caminaba Tessa, con los pies mirando hacia los lados, cargando en la espalda su mochila rosada y en las manos el burro de comida, plato cubierto por otro plato, envueltos en plástico. Ojos cubiertos por gigantescas gafas, miraba Tessa de lado a lado, no fuera a venir alguien a robarle el tremendo plato de arroz con salchichas Carmela.
“Qué rico huele eso, Tessa”, le dijo Aníbal en el elevador. Tessa, aun sudorosa, mirándolo despectivamente, le agradeció el piropo. “Gracias, lo hice yo; para mí”.Fue entonces cuando el elevador se detuvo entre el piso 3 y 4. Aníbal comenzó a reirse silenciosamente, pensando que la culpa era de las libritas en exceso de Tessa. Tessa, asustada, comenzó a gritar. Nadie los escuchaba; era el edificio más solitario de toda la universidad. “Ay Dios, sácame de aquí”, gritaba Tessa, desesperada. Aníbal se recostó de una de las paredes del diminuto elevador.
- Sáquenme de aquí.
- ¡Cállate mija! Nos sacan ya mismo. Tienes que calmarte.
- Cállate tú.
- Mujeres, siempre.
- Mujeres, ¿qué? Mira a ver...
- Perdón, mija.
Entonces dos manos milagrosas y musculosas abrieron las puertas del elevador. Tessa gritó de la alegría mientras Aníbal se tapaba los oídos. Al abrir las puertas se formaron dos pequeñas ranuras: una en la parte superior, en el piso 4, otra en la parte inferior que daba al piso 3. No era suficiente espacio para que alguno de los atrapados pudiera salir, por lo que debían esperar ayuda de los bomberos. “No se preocupen, que vienen ya mismo”, dijo la milagrosa voz, no tan salvadora.Tessa colocó su mochila y el plato de comida en el piso. Sudaba aún más. Aníbal jugaba con su aparato electrónico. Ambos esperando ayuda. Tessa más desesperada que nunca; Anibal, relax.
Pasaron varios minutos. En el despiste una mano se asomó por la ranura inferior, arrebatándole a Tessa su adorado plato de arroz con salchichas. Fue entonces cuando Aníbal tuvo que taparse los oídos. Los gritos de Tessa alcanzaban una escala ultrasónica.
- ¡Que te calles, puñé!
- Déjame en paz, jodio nene.
Transcurrió el tiempo y aquellos dos solitarios prisioneros permanecían dentro del caluroso elevador. Entonces el silencio predominó en un lapso de tiempo. Se escucharon las sirenas. De un largo camión rojo se bajaron dos bomberos. Fueron directamente a los controles del elevador. Regañaron al técnico pues era ridículamente sencillo hacer que el elevador volviera a operar. Cuando éste volvió a funcionar regularmente, se cerraron las puertas y comenzó a subir al cuarto piso. Un grupo de estudiantes estaban aglutinados esperando la venida gloriosa de Tessa y Aníbal. Ting. Victoriosamente, se abrieron las puertas. Salió Tessa sonriente, labial puesto y pelo aún más rebelde. A sus espaldas quedaron un par de tenis, una camisa rota sobre mahones, y un aparato electrónico en cuya pantalla se mostraba un pajarito gritando GAME OVER.