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jueves, 5 de mayo de 2011

Hoy

por Jorge López Martínez

Sólo recuerdo que el clima estaba ridículamente frío. El cielo se tornaba cada vez más borroso, sentía una increíble presión sobre mi pecho, y no recuerdo más. Fue hasta seis semanas después que un marinero me rescató en su pequeña embarcación. Todo sucedió como si estuviese planeado. Yo flotaba congelado sobre las mansas aguas del Pacífico. El marinero acercó su embarcación a mí. Me recogió entre sus brazos, me subió a las tablas de madera maltratada y de alguna manera logró revivirme. No sé de dónde sacó las fuerzas para levantar mi fétido cuerpo, morado y extremadamente pesado. Pero lo logró. Me miraba detenidamente y susurraba.

-Descansa hijo, descansa.

No podía moverme, no podía hablar, no podía respirar; ni siquiera podía pensar. Pero él estaba ahí. No necesitaba vivir si lo tenía a él, ni él si me tenía a mí. Éramos ese tipo de fuerzas opuestas que no pueden subsistir en el mismo lugar. Lo sentía. Sentía la repulsión, a pesar de que me colocó cerca de sí. Ambos éramos especiales. Al menos eso yo sentía. Era demasiado para mí, así que decidí hacerle caso. Descansé.

No fue hasta la mañana del día siguiente, mientras una luz insistente me golpeaba la cara y calentaba mi rostro, que desperté. Mi cuello aún permanecía estático e inservible. Sentía mi torso adherido a mi cabeza, pero nada más; mis extremidades eran fantasmas vagando alrededor de mi cuerpo. Estaba amarrado de pie, con cadenas, a una superficie metálica y redonda. Cuando finalmente pude abrir mis ojos, vi de frente una figura pálida, senil y gastada, al igual que la embarcación que me rescató. Vestía de gala, con corbata rosada y zapatos de charol. Su cabello era negro, muy negro. Sus cejas arqueaban en gesto de niño travieso, sus párpados caían sobre sus ojos negros, muy negros. Sus manos, momificadas, se acercaron a mi rostro. Con sus largas uñas de cóndor rozó mis sienes. Se acercó a mí, y como amante apasionado me besó. Sus labios resecos dejaron un mal sabor en los míos.

- Alguna vez, joven, fui igual de bello que usted. Fui famoso. Incluso me conocen en estos tiempos. Han escrito libros sobre mí. Han filmado películas sobre mí. Toda la historia un tanto exagerada, claro, pero muchas cosas son ciertas - me hablaba muy de cerca, en un tono muy bajo -. Somos criaturas muy sexuales, por eso nuestra relación con la noche. Recuerdo, en mis tiempos, solíamos hacer festivales al gran Dionisio; festivales corporales. La sangre corría entre los bloques de marmol, y todos nos entregábamos a todos. Increíble. Ahora, todos son tan aburridos, sumisos e inactivos. Pero yo te propongo - me hablaba mientras lamía mi cara -: únete a mí. Seamos uno. No te arrepentirás... Te lo prometo.

Entonces comenzó a razgar mis polvorientas vestimentas. Mordía mi cuello mientras arañaba mis muslos. Mis brazos lo envolvieron, apretándolo cada vez más. Entonces su lengua se apoderó de mis sentidos. Vibraba mi cuerpo de lujuria. Mi cuerpo se calentaba aceleradamente. Miré al cielo y vi... vi la luz. Entonces las cadenas cayeron por sí solas. Nunca me había sentido igual: fuerte, apuesto, viril. La fuerza era mía, la vida era mía. Mi cuerpo era otro y el mismo. La vida regresó a mí.
Caminé hasta el balcón, lamí el resto de sangre en mis dedos. Sacudí los vellos sobre el pantalón. Sonreí a la luna que se negaba a esconderse y le mostré mi dedo cordial al sol.

- Hoy - sonreí -. Hoy...

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